Acuarela, lobos y granadas
A propósito de la pintura de ALEJANDRA ALARCÓN, que sigue expuesta en el Espacio Patiño hasta el 10 de marzo.
Juan Cristóbal Mac Lean / Escritor
2019
Hay un lobo azul, hay un corazón y hay una granada, hay una niña pero también hay una calavera, hay multitud de ovarios… Temas y figuras que se entrecruzan y encuentran por los cuadros de Alejandra Alarcón, mostrándonos la entrada a un espacio en el que la realidad pertenece a otros dominios, donde está en juego algo central y aún desconocido.
Personajes y temas, animales o bebés, calaveras o niñas, se encuentran en medio de un proceso que intuimos aunque no sepamos cuál, están en trance de transfiguración o en pleno aullido, en vuelo o bajo la tierra. El caso es que siempre algo está sucediendo, o acaba de pasar y vemos la imagen de un instante, entre la limpidez y la angustia, y sólo recibimos señales vagas de lo que pueda ser, fragmentos de una historia que se despliega, en sus propios términos y fuera de nuestro alcance.
Algo ha pasado, pero no sabemos, ni nunca sabremos, qué antecedió a lo que vemos ahora, cómo es que estos personajes, o estos cuerpos, están así, en esta situación. Pero la verdadera situación, en realidad, es la de la pintura. Lo que ocurre, es la pintura –las acuarelas en este caso.
La propia naturaleza de la acuarela, justamente, propicia el carácter fragmentario y evanescente de una historia de la que sólo vemos retazos, instantes. Los episodios, si así fuera posible llamarlos, han sido trazados como de un solo golpe, de un único trazo. El blanco del papel es siempre el que domina todo el espacio y es en medio de él que, tajante y rotunda, entre la precisión y la mancha, el fulgor y la fijeza, se asienta, parco y suficiente el motivo del cuadro.
Se mezclan los colores, se mezclan los flujos, se mezclan los cuerpos. Transfiguraciones, devenires: el lobo, el feto, o los huesos, la pelvis, los corazones, los ovarios, conforman diversos arreglos, mezclas, personajes, momentos de un cuento terrible, que nadie sabe pero dentro del que, al mirar los cuadros, inevitablemente ya estamos metidos.
Tenemos, de todas formas, la indicación de que se trata de las andanzas de Perséfone, así como un día fueron las de la Caperucita, cuyo lobo vuelve a merodear y transvertirse, cortarse. Y si bien la misma granada que aparece en todas partes pertenecía originariamente al mito griego, aquí sus granos, o semillas -color granada- pueden ser también ovarios o ella misma un corazón. O granada que se abre y cae la sangre menstrual, los ovarios suben al corazón. No en vano, al definir su empleo de la acuarela, dice AA: “la relaciono con los fluidos. Porque son cambiantes, no respetan limites, no están definidos, (la acuarela) es orgánica, al igual que la identidad.”
Y en cuanto a la poca extensión de las partes pintadas en relación a la extensión del papel, o del vacío, también precisa: “Cada vez pienso más que la acuarela es la técnica del saber detenerse, más que del hacer y hacer. En mi proceso, cada vez pongo menos, pero de forma más certera. Me encanta la forma de trabajar la tinta china en oriente, donde se resuelve el contenido solo con unos trazos. La inmediatez y transparencia de la acuarela deja un registro de tus estados emocionales y mentales, eso me encanta, no se puede mentir. Tampoco hay corrección. Es una última danza ante la muerte. Tiene que ser impecable.” (Entrevista en Opinión).
Los temas de ovulación-embarazo-nacimiento, a su vez, en general los tiene secuestrados el discurso y la maquinaria médica, en vez de que pertenezcan plenamente a donde en verdad les corresponde: a la vida cruda, a la charla, al arte, al cuento, -a la pintura. Eso es lo que hacen, entre otras cosas, los cuadros de AA: restituyen a su verdadero espacio de interrogación, celebración y asombro, los temas (y los flujos), más esenciales que nos pueblan, por mucho que normalmente se los esconda bajo la alfombra. Hasta que, justamente, viene el arte a retirar esa alfombra. O, llegado el momento, también el espectador de estos cuadros, que es convocado a hacerlo.
Si bien la huella del acontecimiento quedó expuesta aunque no se haya entregado ninguna clave segura, es ahora el propio espectador el que tiene que hacer el trabajo. Pasar entre los cuadros, que tan imperativamente nos interpelan, de pronto, tiene también el valor de un análisis. No se sabe si se está siendo el analizante o el analizado, en un proceso inquietante, que no se entiende pero se siente. Algo, entre seductor, incómodo o enigmático, está sugerido y pareciera estar ocurriendo, en el mismo instante en que se lo ve. Un erotismo difuso aparece por doquier, con su dosis de ironía. Algo sufre y algo se redime.
Una última observación: ¿cuál es la filiación de AA, a qué linaje pertenece? Pues ella también se inscribe en esa vieja línea de pintoras brujas, como Remedios Varo y Leonora Carrington.